jueves, 8 de marzo de 2007

Toco tu boca,


con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugámos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Yo, la que te quiere


Gioconda Belli


Yo soy tu indómita gacela, el trueno que rompe la luz sobre tu pecho. Yo soy el viento
desatado en la montaña y el fulgor concentrado del fuego del ocote. Yo caliento tus noches,
encendiendo volcanes en mis manos, mojándote los ojos con el humo de mis cráteres. Yo he
llegado hasta vos vestida de lluvia y de recuerdo, riendo la risa inmutable de los años. Yo soy
el inexplorado camino, la claridad que rompe la tiniebla. Yo pongo estrellas entre tu piel y la
mía y te recorro entero, sendero tras sendero, descalzando mi amor, desnudando mi miedo.
Yo soy un nombre que canta y te enamora desde el otro lado de la luna, soy la prolongación
de tu sonrisa y soy tu cuerpo. Algo que crece, algo que ríe y llora. Yo, la que te quiere.

domingo, 25 de febrero de 2007

Házme el amor


Quiero aprender contigo.
Sí, contigo si quiero todo.
Enséñame el valor...
Muéstrame la confianza...

Házme el amor.

Hazme el amor


Quiero aprender contigo.
Sí, contigo si quiero todo.
Enséñame el valor...
Muéstrame la confianza...

Házme el amor.

domingo, 18 de febrero de 2007

textos recuperados de azuletereo.blosgpot.com


Thursday, August 03, 2006



AJEDREZ

Porque éramos amigos y a ratos, nos
amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados,
meditando encarnizadamente
como dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.



Rosario Castellanos
posted by Pedro Díaz G. at 11:41 AM | 0 comments




Escribo porque yo, un día, adolescente, me incliné ante un espejo y no había nadie. ¿Se da cuenta ? El vacío.

Rosario Castellanos
posted by Pedro Díaz G. at 11:26 AM | 0 comments

Saturday, July 22, 2006





Te deseo la locura, el valor, los anhelos, la impaciencia. Te deseo la fortuna de los amores y el delirio de la soledad. Te deseo el gusto por los cometas, por el agua y los hombres. Te deseo una mirada curiosa, una nariz con memoria, una boca que sonría y maldiga con precisión divina, unas piernas que no envejezcan, un llanto que te devuelva la entereza. Te deseo la fe en los augurios, en la voz de los muertos, en la boca de los aventureros, en la paz de los hombres que olvidan su destino, en la fuerza de tus recuerdos y en el futuro como la promesa donde cabe todo lo que aún no te sucede.


Angeles Mastretta, Mal de amores. P. 26
posted by Pedro Díaz G. at 8:02 PM | 0 comments




DESNUDOS

Nina Yhared (1814)

Le hago el amor como un dínamo infinidad de veces. Entro en su piel azul turquesa.
Uno mi derramado cuerpo a sus espasmos. Las arterias, a sus huesos. La piel, a su

sangre. Mi tristeza, a su miedo. El olfato, a su busto. La lengua, a sus oídos. La carne,

a su médula. Las lágrimas, a su orina. El sudor, a su saliva. El cabello, a sus nervios.

Mi obsesión, a su cólera.
Los músculos, a sus tendones. La nariz, a sus labios. Los ojos, a sus gemidos. El

tacto, a su risa. El estómago, a mis pulmones. La ahumada excreción, a mis brazos.

Su perfume, a mis sollozos. Su amarga cadera, a mis piernas saladas. Su dulce coño,

a mis ojos vegetales.
A la par de los movimientos secuenciales de ambos sexos aparecen imágenes

rojizas. Al cerrar los ojos su cabello vuela atado a un algodón. El nacimiento de su

vello púbico es un crepúsculo blanco y negro. Entro de nuevo en su cuerpo: el centro

de la Tierra. Desnuda canta en el borde de la arena. Sus tacones se entierran en mis

labios. Las uñas, en sus nalgas. Las medias de Urano, en el cuello.
Me encanta navegar en su espléndida hendidura. Beber la savia de su caparazón.

Penetrar en la dimensión desconocida de su carne. Sostenerla con la simple erección

del suspiro. Mientras las vendas le cubren pómulos y extremidades.
Ella es un Sol. Yo, un pájaro de Luna. Su mirada, que me acaricia y desvirga, es de

jade. El equinoccio de sus latidos me vuelve amarillo y verde. El crecimiento de su

aurora anochece la ebullición del semen.
Nunca dormimos. Su espuma es interminable. Quisiera consumirla desde la primavera

hasta el final del invierno. Desde el nacimiento hasta la muerte. De Oeste a Sur y de

Este a Norte. Del centro de su ombligo hasta el Sudoeste y Noroeste de sus senos.

Del calor de sus venas, al frío de mis manos. Del mercurio de su boca, al cobre de

mis dientes. Del estaño de sus cejas, al hierro de mis pestañas.
Cuando ella se transforma en metal, yo soy Fuego. A veces se le ocurre ser de Agua.

Entonces soy madera. De pronto, al besarla como metal, ella es una serpiente de

veneno. Es extraña. Nunca se sacia en nuestros encuentros. Siempre piensa en más

humedad. En más polvo blanco. En más amantes. Pienso que hace lo mismo con

todos los tigres y venados de la selva. Siempre cabe una sospecha. Es insaciable.

Fue creada para entregarse al placer.
En el año Luna-Tortuga desfalleceremos. Entonces brotarán nuevos amantes. El

deseo siempre va en declive. Algún día se esfuma y no regresa. El potencial de sus

atributos celestes me invitan a abandonarme, a creer que entre sus besos encontrar‚ la

vía al cielo. La esencia de la vida.
posted by Pedro Díaz G. at 7:54 PM | 0 comments







Si he de vivir


Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento,
la sopa fría, los zapatos rotos, o que en mitad de la opulencia
se alce la rama seca de la tos, ladrándome
tu nombre deformado, las vocales de espuma, y en los dedos
se me peguen las sábanas, y nada me dé paz.
No aprenderé por eso a quererte mejor,
pero desalojado de la felicidad
sabré cuánta me dabas con solamente a veces estar cerca.
Esto creo entenderlo, pero me engaño:
hará falta la escarcha del dintel
para que el guarecido en el portal comprenda
la luz del comedor, los manteles de leche, y el aroma
del pan que pasa su morena mano por la rendija.

Tan lejos ya de ti
como un ojo del otro,
de esta asumida adversidad
nacerá la mirada que por fin te merezca.



Cortazar
posted by Pedro Díaz G. at 7:58 AM | 0 comments

Monday, July 10, 2006



Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugámos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo de aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua

Cortázar
posted by Pedro Díaz G. at 7:19 PM | 0 comments




Sol de la tarde


Sí, ¡yo recuerdo muy bien esta habitación!
Esta pieza y la otra se han alquilado a empresas comerciales:
toda la casa está ocupada por comerciantes, agentes, compañías.
Ah, yo conozco muy bien esta habitación...
El diván estaba allí, junto a la puerta, y al pie de él un tapiz de Turquía.
Al lado, la repisa con dos floreros amarillos. A la derecha, ¡no!, enfrente, un armario con espejo.
En el centro, una mesa y tres grandes sillas de paja. Cerca de la mesa, el lecho donde nos amamos tantas veces. Pobres muebles, aún deben existir en algún lado...
Cerca de la ventana, el lecho. El sol de la tarde daba justo en el centro. Un día, a las cuatro, nos separamos por sólo una semana. ¡Ay!, esa semana dura todavía.


Constantino Kavafis, 1919
posted by Pedro Díaz G. at 6:32 PM | 0 comments

Friday, July 07, 2006



Para escalar tu belleza
hay que empezar en un
bell¡simo talón,
suave piedra de río
redondeada por siglos
de caricias,
símbolo de ti
que cabe
en el hueco de mi mano
y vibra electrizado
a mi contacto
simple comienzo
de placeres complejos
base, fetiche,
pájaro enjaulado
entre correas de piel
que alternativamente
levanta el vuelo
y se posa
por donde yo quiero andar.

Para seguir tu ruta
suave y palpitante
hay que subir
por el tobillo fino,
por el terso bello
de la pantorrilla
por el suave nudo
que articula tu pierna
como forrada en seda

Con el doloroso deseo
de un músculo que tiembla,
como en salvaje potro,
por la n¡tida sombra oscura
donde terminan tus muslos
y empieza la locura.

Pero para sufrir
en infinito martirio
el deseo reprimido,
hay que detener el d¡a
comenzar de nuevo,
ahora en el extremo
dorado de tu cabellera,
para poder enhebrar
cada hilo de tu pelo
en las agujas sedientas
de mis cinco dedos.

Y así, dejar que se resbalen
como filamentos de oro,
pesados y brillantes,
fríos, y vivos,
entre mis ásperas manos
tan cargadas de recuerdo,
tan dulcemente encallecidas
de tanto labrar
la piedra del amor.

Me urge una clase de aeróbics en tu cuerpo.
Y después, cuando ya casi
se nos haya olvidado
el resto del camino,
retomarlo en las orillas
de tus labios, dulces riberas de miel
donde enra¡zan
las flores de tu voz,
sendero en que termina
tu sonrisa
y empieza el aroma
de tu aliento,
para conducir
el viaje lento
de mi desesperada boca
a la suave ladera
de tu cuello,
al monte finísimo
de un hombro,
al valle profundo
de tu axila.

Ahí, campo de almendras,
uno de los dos
orígenes profundos
de tu aroma,
ahí volverme loco
de perfumes y de esencias,
ahí sentir
la enfermedad del celo
del provocado macho,
ahí entender
toda la alquimia pura
y mágica, y terrible
del deseo.

Ahí reponer
no solamente mi fuerza
sino mi ardor y mi dureza,
retomar al viaje enloquecido
de tu cuerpo
soltar a la bestia feroz
que albergamos,
morder tu seno
con hambre de pasión
y de deseo,
aprisionar su capullo
entre mis dientes
hasta que tu dolor
florezca,
devorar tus costados,
llegar a la dulce suavidad
de tu cintura,
sentir cómo se quiebra
se atormenta
con el castigo infinito
de la espera
y, mientras tanto,
aprisionar con mis vivas manos
tu vientre y tu cadera
para impedir brutalmente
que te escapes de mi anhelo.

Después, vacíos,
llenos a la vez
uno del otro,
sin brillo ni luz
en nuestros ojos,
sin líquido alguno
en nuestros cuerpos,
hechos sólo de aliento
y de jadeos
un poco muertos,
muy mucho vivos,
voltearnos cada quien
para su lado,
juntarnos las espaldas
mutuamente,
sin temer
ni engaños ni traición,
y dejar que nuestras pieles
se confiesen
su inacabable busca
de ternura.


Carlos Aroesty
posted by Pedro Díaz G. at 1:40 PM | 0 comments